Los Xinacates: tradición, enigma y piel untada de memoria
Por Víctor Gahbler
Cada año, durante el carnaval previo a la Cuaresma, en San Nicolás de los Ranchos y San Pedro Yancuitlalpan, Puebla, emerge una tradición que desafía el tiempo y la mirada: los Xinacates. Hombres cubiertos de aceite quemado, pintura vegetal o grasa de motor, que recorren las calles con el rostro oculto bajo máscaras improvisadas o trapos, gritando, bailando y espantando a los presentes. Su figura es feroz y festiva, casi fantasmagórica. Son herederos de una costumbre centenaria, mezcla de resistencia indígena y adaptación católica, que sigue viva a pesar del silencio histórico que la ha rodeado.
El término “Xinacate” proviene del náhuatl “xinácatl”, que significa “desnudo”. Aunque actualmente muchos visten ropa vieja para protegerse del frío y del aceite, el espíritu de la desnudez ritual persiste: despojarse de lo cotidiano, del ego, de la identidad civil, para transformarse en figura colectiva, en caos con sentido. Se dice que espantan a los malos espíritus, que purifican a la comunidad, que se burlan de las autoridades, de la religión, incluso de la muerte.
Mi acercamiento a esta tradición ha sido desde la intuición y el ritual visual. Decidí fotografiarlos con una cámara Polaroid Now+ en blanco y negro, porque buscaba lo imperfecto, lo que se revela y desaparece al mismo tiempo. Las texturas de la grasa sobre la piel, el sudor que se mezcla con pintura, las miradas que se escapan tras los trapos, cobran una fuerza particular en el revelado instantáneo, que se va construyendo bajo el calor de mi cuerpo, como si la foto también sudara.











